Como el cambio climático lo afecta todo, desde las finanzas domésticas hasta las redes eléctricas, la profesión se enfoca cada vez más en cómo se puede mitigar las emisiones de carbono y enfrentar su impacto.
Por Lydia DePillis.
A principios de enero, en San Antonio, decenas de doctores en economía se congregaron en una pequeña sala sin ventanas en un rincón escondido de un hotel Grand Hyatt para escuchar nuevas investigaciones sobre el tema más candente de su conferencia anual: cómo el cambio climático lo afecta todo.
En esa sesión, los artículos se centraban en el impacto de los desastres naturales sobre el riesgo hipotecario, la seguridad ferroviaria e incluso los préstamos sobre la nómina. Algunos asistentes se quedaron de pie al fondo del salón, porque ya no había asientos. No fue una anomalía.
Casi todos los horarios de las conferencias de las Allied Social Science Associations —una reunión de decenas de organizaciones académicas afines a la economía y que son reconocidas por la Asociación Estadounidense de Economía— tenían múltiples presentaciones relacionadas con el clima entre las cuales elegir y la mayoría parecían ser bastante populares.
Para quienes se han centrado durante mucho tiempo en los temas medioambientales, la proliferación de ponencias relacionadas con el clima fue un acontecimiento bien recibido. “Es muy agradable no ser los locos de la sala con la última sesión”, afirmó Avis Devine, profesora adjunta de Finanzas de Bienes Raíces y Sustentabilidad de la Universidad de York en Toronto, tras salir de un animado debate.
La conferencia, que es uno de los eventos más importantes de la profesión económica, suele ser un compendio de los temas de interés en cada temporada y hay muchas pruebas de que, tras el año más caluroso de la historia, el clima está en el centro de toda la atención.
Hubo artículos sobre el impacto económico local de la fabricación de turbinas eólicas, la estabilidad de las redes eléctricas a medida que absorben más energía renovable, el efecto de los vehículos eléctricos en la elección de vivienda, los efectos del humo de los incendios forestales en la economía doméstica. Otros analizaron los beneficios de un dique contra el riesgo de inundaciones en Venecia, el lastre económico de la incertidumbre sobre la política climática, el flujo de migrantes desplazados por condiciones meteorológicas extremas, cómo se exponen los bancos a la normativa sobre emisiones y el impacto de las temperaturas más altas en la productividad de las fábricas, por nombrar solo algunos.
Según la presidenta de la Asociación Estadounidense de Finanzas, Monika Piazzesi, la mitad de los trabajos que fueron presentados en su grupo versaban sobre inversión medioambiental, social y de gobernanza, en sentido amplio, y no disponía de plazas suficientes para incluirlos todos (cada asociación solicita y selecciona sus propias ponencias para presentarlas en la conferencia).
Janet Currie, presidenta entrante de la Asociación Estadounidense de Economía, eligió a un economista medioambiental, Michael Greenstone, de la Universidad de Chicago, para pronunciar la conferencia inaugural. Greenstone se centró en el reto mundial que implica el cambio a las energías renovables y el correspondiente potencial para disminuir la contaminación atmosférica, que resulta mucho más mortal en países en desarrollo como India e Indonesia.
“No se trata solo de una serie de temas, sino de un problema importante e interrelacionado”, afirmó Currie. “No solo los economistas, sino todo el mundo se está dando cuenta de que es un problema de primer orden y de alguna manera afecta a la mayoría de la gente. Eso nos inspira a querer trabajar desde las experiencias propias”.
O como Heather Boushey, quien forma parte del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca, dijo mientras moderaba un panel sobre la macroeconomía del cambio climático: “Ahora todos somos economistas del clima”.
No es que la economía haya ignorado el cambio climático. Desde hace décadas, las investigaciones han pronosticado los efectos del calentamiento sobre el producto interno bruto (una “externalidad”, en la jerga económica) y con base en eso extrapolan un cálculo de cuánto debería gravarse una tonelada de emisiones de carbono.
“Hubo un tiempo en que al menos algunas personas pensaban: ‘el carbono es una externalidad no internalizada. Sabemos cómo abordar eso’”, explicó Allan Hsiao, profesor adjunto de la Universidad de Princeton. Pensaban que “tal vez el tema es importante”, agregó, “pero la economía y las tensiones subyacentes, los mecanismos sutiles que no son tan evidentes, no estaban ahí”.
Esa percepción ha cambiado. Una solución que prefieren los economistas, fijar un tope de emisiones de carbono y crear un mercado para los permisos de comercialización, fracasó en 2009 por el peso de una economía débil, la complejidad administrativa y una oposición decidida. En años recientes, ha surgido otro mecanismo: otorgar incentivos para la producción de energías limpias, lo que hace mayor énfasis en las realidades políticas y la distribución equitativa de los costos y beneficios, dos temas que también han acaparado más atención en los círculos económicos en tiempos recientes.
También generó una serie de nuevas preguntas, que dan pie a una bonanza de temas de debate. “Ahora la gente se da cuenta de que hay mucha riqueza”, explicó Hsiao.
El auge de la investigación climática en la economía surge en parte de figuras consagradas que están encontrando maneras de abordar temas afines como una rama de su propia especialización. Pero gran parte del entusiasmo procede de los recién llegados a este campo, que acaban de crear su propio historial de publicaciones y están aprendiendo a manejar el universo de datos geoespaciales procedentes de fuentes como los satélites meteorológicos, los sensores de temperatura y los registros históricos de precipitaciones.
Un ejemplo de eso es Abigail Ostriker, quien está cursando una beca posdoctoral en Harvard antes de empezar a trabajar como profesora adjunta en la Universidad de Boston este verano. Cuando estudiaba en la universidad, en la década de 2010, dejó de interesarse por el clima después de que el fracaso de la legislación sobre comercio de emisiones en el Congreso diera paso a un periodo de relativo estancamiento de la política climática.
Pero retomó el tema en la escuela de posgrado al darse cuenta de que había mucho trabajo en las investigaciones para determinar cómo las sociedades pueden enfrentar los efectos del cambio climático que ahora constituyen la nueva normalidad, y no son vistas como una amenaza lejana.
“Sentí que el cambio climático ya estaba aquí”, dijo Ostriker, que obtuvo su título con un trabajo sobre cómo la regulación de las llanuras aluviales en Florida modificó la construcción de viviendas. “He centrado mi atención en el aspecto de la adaptación: dónde vamos a ver estas consecuencias, cuáles son las políticas que van a proteger a la gente de las consecuencias, y si esas políticas van a exacerbarlas de forma perversa”.
La nueva generación de economistas del clima no solo aporta nuevas ideas y energía. La especialización está atrayendo a más mujeres y personas de color a la economía, lo que ayuda a cambiar el rostro de un campo que durante mucho tiempo ha sido blanco y masculino, dijo Paulina Oliva, profesora asociada de la Universidad del Sur de California que ayudó a seleccionar ponencias para el programa de la Asociación Estadounidense de Economía en la conferencia de San Antonio.
“Para mí ha sido muy emocionante, porque ya se sabe lo difícil que ha sido para la economía tener diversidad”, dijo Oliva.
La fuerte demanda de economistas del clima tanto en universidades como en organismos públicos, empresas privadas y grupos de expertos sin fines de lucro ayuda a atraer a los jóvenes investigadores a este campo. Un sitio web que rastrea las ofertas de empleo para economistas académicos en todo el mundo, EconJobMarket.org, muestra que el 5,5 por ciento de los anuncios mencionaban la frase “cambio climático” en 2023. Según Joel Watson, profesor de la Universidad de California en San Diego que gestiona el sitio, esta cifra supone un aumento del 1,1 por ciento en comparación con la década anterior.
Esas oportunidades incluyen muchos trabajos en el gobierno estadounidense, que ha ido incorporando prioridades climáticas en una serie de organismos desde que el presidente Joe Biden asumió el cargo en 2021. El impacto climático ahora es parte del análisis de los costos y beneficios de las nuevas normativas, se tiene en cuenta en las proyecciones de crecimiento económico y se refleja en las previsiones presupuestarias.
La Ley de Reducción de la Inflación no fijó un precio para el carbono, algo que los economistas pedían desde hace décadas. Pero Noah Kaufman, académico de investigación del Centro sobre Política Energética Mundial de la Universidad de Columbia, cree que sus herramientas podrían guiarse por el análisis económico para transformar el sistema energético, mientras se amortigua el impacto para las comunidades que dependen de la producción de combustibles fósiles y se garantiza que los beneficios de la inversión en energías renovables se repartan ampliamente.
“Los economistas necesitan ponerse al día con los responsables de crear las políticas públicas”, comentó Kaufman, quien trabajó durante un tiempo en política climática en el Consejo de Asesores Económicos de Biden. “Es una pena que no hayamos producido estas investigaciones hace décadas. Pero, ya que no lo hicimos, es muy emocionante y una oportunidad única tratar de ser útiles ahora”.
Fuente: The New York Times
