Por: Fernando de la Flor Arbulú
Un reconocido escritor italiano –Giovanni Papini se llamaba- dijo una frase de una genial mordacidad: “hay tres clases de películas: las malas, las pésimas y las mexicanas”. Parafraseándolo, puede ahora sostenerse que en Latinoamérica hay tres clases de presidentes: los malos, los pésimos y Andrés Manuel López Obrador (AMLO), actual mandatario de México. Y esto porque sigue repitiendo sus clamorosas mentiras, a las que ha agregado otras declaraciones que solo pueden calificarse como cantinfladas, o sea, dichos sin sentido salpicados de comicidad.
En efecto, AMLO insiste que Pedro Castillo fue despojado de su cargo presidencial por las “élites oligárquicas del Perú” y no porque pretendió subvertir el orden constitucional. Sus desvaríos han llegado a comprometer las relaciones internacionales con otros países de la región, que forman parte del tratado de la Alianza del Pacífico. AMLO persiste en negarse a entregarle al Perú la presidencia pro tempore de dicha entidad y ha anunciado que se la traspasará a Chile para que decida qué hace. Hasta ha amenazado con afectar las relaciones económicas y comerciales. Y su díscola conducta tiene una sola explicación: Dina Boluarte no es presidenta legitima; lo cual es inexacto.
Ahora bien, a propósito de esta extravagante situación, al Poder Ejecutivo se le ha ocurrido llevar a cabo lo que se llama diplomacia presidencial; es decir, que sea la propia presidenta Dina Boluarte la que viaje al exterior a desvirtuar las reiteradas falsedades que AMLO (y también el presidente de Colombia, Gustavo Petro), sostienen ante el mundo acerca de la legitimidad de su mandato. Para ello, sin embargo, como no tiene vicepresidentes en quienes delegar el cargo, ha planteado una iniciativa para que mediante ley del Congreso se entienda que al estar en el extranjero puede desarrollar trabajo remoto y, por tanto, seguir ejerciendo sus funciones, encargándole al Primer Ministro los asuntos de mero trámite administrativo.
Si AMLO recurre a las cantinfladas, el Ejecutivo está planteando un verdadero disparate. La Constitución es clara en establecer que, en caso de ausentarse el presidente de la República del territorio nacional, asume el despacho (no el cargo) el Primer vicepresidente y, en su defecto, el Segundo. No dice más. En consecuencia, no hay lugar a interpretaciones y, menos aún, a leyes que pretendan llenar vacíos.
La iniciativa del Gobierno es manifiestamente inconstitucional, pues busca que mediante una ley se modifique el texto constitucional. Bastante se ha discutido últimamente sobre cuál es el procedimiento regulado para cambiar la Constitución, que es lo que hay que hacer en este caso: el voto favorable, cuando menos, de 87 congresistas en dos legislaturas ordinarias consecutivas, o mayoría absoluta (66 votos) y posterior referéndum aprobatorio. No hay otro camino.
Recordemos: ni Alberto Fujimori, después del golpe del 5 de abril de 1992 y luego de que se deshiciera de sus dos vicepresidentes, recurrió a esa artimaña. Tuvo que esperar que el Congreso Constituyente Democrático (CCD), aprobase la ley de rango constitucional del 11 de enero de 1993, para viajar al exterior.
Fuente: Caretas
