Malos hábitos

Salvador condujo a todo un público ávido de verlo en escena y que fue siguiendo una serie de instrucciones que permiten construir una trama que nos arrastra hacia la historia, lo contemporáneo y en nosotros mismos.
Gerardo Cailloma

El sábado 12 culminó la temporada teatral con ‘Yo, Cinna’ del dramaturgo Tim Crouch, inspirada (una especial relectura) en la obra Julio César de Shakespeare con la actuación impecable de Salvador del Solar. Salvador condujo a todo un público ávido de verlo en escena y que fue siguiendo una serie de instrucciones que permiten construir una trama que nos arrastra hacia la historia, lo contemporáneo y en nosotros mismos. Cinna, el personaje encarnado por Del Solar, va generando preguntas y pedidos al público, el cual participó activamente. No sólo escribíamos a una serie de órdenes para escribir, sino que invitó a la reflexión gracias a dos preguntas que dan un sentido genial que se desprenden del asesinato de Julio César, un magnicidio que cambió la historia de la humanidad. Dos frases sueltas a boca de jarro que demandó la introyección del público: “Daría mi vida por…” y “Mataría por …”. Frases que, en el contexto, deberían haber exigido una detenida cavilación de nosotros mismos. Un buceo de nuestra psique individual y social.

Tras la actuación, muchas cosas quedaron en el aire, en la mente de todos (eso espero), pues se hizo un viaje al interior de cada uno por responder a ciertas observaciones intencionadas que Cinna nos soltaba para “descuadrarnos” de nuestra cotidiana existencia. Este artículo surge luego de una serie de conversaciones con varios amigos, algunos extranjeros, que me comentaban cómo algunos defectos o malos hábitos han ido calando en nuestra sociedad que los identificamos como una suerte de marca de identidad. Preocupados por ver los errores, defectos y carencias de otros; descuidamos muchos hábitos nuestros que, en su esencia, son un grave problema y que hemos terminado por legitimarlos y los hacemos “adherentes” a nuestro ADN social. Uno de esos es la impuntualidad. Comentado por varios foráneos como una de los rasgos sociales que nos caracterizan, hemos terminado por aceptar que la “hora peruana” depende de la mayoría que suele venir, como de costumbre, tarde o bastante tarde. Carentes ya de una total empatía por la o las personas que pueden llegar temprano, el arribo de muchas personas a una actividad, reunión, fiesta, cualquier compromiso no suele venir acompañado de una excusa. Tal frescura se ha institucionalizado entre nosotros que, en cierta manera, es el otro quien debe de comprender que el llegar tarde es parte de nuestra idiosincrasia. No se deben disculpas ante una característica que, para muchos, ya parece ser biológica; por lo tanto, no son necesarias (parece) ofrecer disculpas por llegar tarde a una actividad, pues es como si pidiera disculpas por ser moreno, delgado u otra característica biológica. Está tan incorporado y aceptado en nuestra sociedad que la hora indicada para un evento es un referente vago y que implica una tolerancia hasta de una hora inclusive: esto puede explicar la naturaleza de las tardanzas en todas las actividades de nuestra sociedad. La tolerancia hace laxas las reglas y esto permite situaciones nada ventajosas en procesos como el educativo, productivo, académico, artísticos, de servicios, etc… Las personas que cumplen con las reglas normales deben, pues, desarrollar una tolerancia como la que ido viendo en muchas personas que se han sentido hasta vejadas por el poco respeto que se tiene por esta sin disculparse y sin contemplar el tiempo perdido por la persona puntual. He estado en actividades y eventos en que las personas que llegaban tarde y haberse iniciado una actividad sin ellos se sintieron ofendidas por no haberlas esperado. Aún se recuerda ese concierto ofrecido por la cantante Eva Ayllón que salió bastante tarde a dar su espectáculo; ante la rechifla del público, su reacción fue lamentable e hizo que muchas personas se hayan levantado y retirado del local. Su broma le costó caro.

Por otro lado, está la posición de las personas que llegan puntuales, sacrificando trabajos u otras actividades pendientes. La sensación de frustración, desasosiego y desconcierto surgen de inmediato; esto se agrava por la notable escasez de consideración por parte de los tardones. Unos aprenden que la hora peruana es una ficción simpática con ribetes desagradables; otros prefieren cerrar este capítulo y su socialización con más compatriotas es mínima. Triste realidad que he ido comprobando con el tiempo. La suspicacia de muchas de estas personas se extiende, se generaliza a todos los demás connacionales, identificándonos como personas de poco fiar; así, nuestra palabra no significa nada, sino como un mero formalismo para salir del paso. Como solemos simplificar las cosas, reduciendo todo a una suerte de arquetipos positivos o negativos, “la hora peruana” “la hora Cabana” es un sello que podría ser un rasgo semántico distintivo de la peruanidad. Volviendo a Cinna y sus preguntas, quizás podamos construir como sociedad frases no tan extremas como “dar la vida” o “matar por”, sino una edificante que nos permita rescatar la puntualidad como un verdadero valor social al que todos debemos de aspirar.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s