Reflexiones tras 202 años de vida independiente.
Por Daniel Parodi Revoredo.
Este Congreso tiene la misma y aun mayor soberanía que la de nuestros amados Incas. El, a nombre de todos los pueblos, y de vosotros mismos, va a dictar leyes que han de gobernarnos, muy distantes de las que nos dictaron los injustos reyes de España. Vosotros indios, sois el primer objeto de nuestros cuidados. Nos acordamos de lo que habéis padecido, y trabajamos por haceros felices en el día. Vais a ser nobles, instruidos, propietarios, y representaréis entre los hombres todo lo que es debido a vuestras virtudes (El Congreso Constituyente del Perú a los indios de las provincias interiores, Lima a 10 de octubre de 1822).
Hace dos siglos, Javier de Luna Pizarro, José Faustino Sánchez Carrión y Francisco Javier Mariátegui, como Presidente y diputados secretarios, firmaron la carta que contiene las palabras que acabamos de leer. A la luz del tiempo transcurrido, se destacan en ellas dos ideas fundamentales: que el novel Congreso de 1822 mantiene, lo que parece comprensible considerando los tres siglos de dominio colonial, la idea de que los indios constituyen un otro distinto a aquellos que gobiernan, de allí que se les trate de vosotros y no de nosotros. Sin embargo, la otra expresa la esperanza de constituir en el país recién fundado una sola nación que integre a todos sus actores socioculturales y lingüísticos y, da la impresión, de que el tiempo se hubiese detenido allí, y de que la declaración de aquellos patriotas preclaros se mantiene tal y cual, vigente como utopía, y sin haber alcanzado a concretarse.
Sé que hace ya unas décadas, el concepto mismo de nación fue cuestionado por quienes, como George Habermas, plantearon el fin del Estado nación decimonónico y el retorno a la fraternidad ciudadana legada por la Revolución Francesa. Casi tres décadas después de que el filosofo alemán publicase en su lengua natal Más allá del Estado nacional (1995), cabría preguntarse por la vigencia o no de las dos premisas que acabamos de plantear.
Al respecto, la idea de que a un Estado le corresponde una nación homogénea, inclusive en sus elementos culturales, y que realiza su ideal desde que logra la soberanía sobre un territorio u hogar nacional, ha sido fuertemente desafiada, tanto como reacción a las vertientes fascistas que produjo, con sus horrores y radicalidades, así como por el desarrollo de los derechos de las minorías que han visibilizado a diversas etnias y pueblos originarios existentes dentro de un solo país. Al mismo tiempo, la primavera democrática que vivimos tras la caída del muro de Berlín en 1989, cedió pronto el paso a un periodo de extremismos de izquierda y de derecha, los que se han manifestado a través de la cultura de la cancelación y del ataque, por ambos flancos, tanto a las formas e instituciones democráticas, así como a los derechos más fundamentales del individuo, proclamados por la ONU en su Declaración de Derechos de 1948 y potenciados a partir de entonces.
Hemos perdido el centro político, y al decir que lo hemos perdido, más que decantarme por una opción ideológica, lo que quiero decir es que estamos perdiendo la batalla de la democracia, de los derechos que contempla y, finalmente, de una forma de vida y de sociabilidad entre los seres humanos, basada en la tolerancia y el intercambio de ideas. Estas parecieran quererse reemplazar por otras mucho más violentas e intolerantes.
En el Perú, las últimas dos décadas, ante la evidente decadencia de la democracia que recuperamos en 2000 -la que no alcanzó nunca a despegar y hoy sucumbe ante el flagelo de una crisis institucional, política y económica sin precedentes- el debate sobre la república que fundamos el 28 de julio de 1821 está en el centro de las inquietudes ciudadanas y académicas. ¿Cómo ser una mejor república? ¿cómo hacer funcionar instituciones que, en realidad, nunca funcionaron, ni en las últimas dos décadas, pero tampoco en los últimos dos siglos? ¿Cómo constituirnos, en fin, en una república que nunca alcanzó a constituirse como tal?
Me pregunto, a estas alturas, si de pronto estamos aplicando el enfoque equivocado y dejando de plantear las preguntas correctas. Es un lugar común, historiográfico, decir que, en el Perú, a diferencia de la Revolución Francesa, la nación no precedió a la fundación de la república, a pesar de que los historiadores de la tradición novecentista, como José de la Riva Agüero, se esforzaron mucho en difundir el imaginario de una nación mestiza compuesta, para comenzar, por sus elementos cristiano-hispano, andino y africano. Lo cierto es que cuando se echó a andar nuestro proyecto de vida libre era más lo que nos separaba, que lo que nos acercaba entre peruanos. Y no podía ser de otra manera: el virreinato nos dividió entre españoles con poder e indígenas sin él, con excepciones notables que no alcanzan a esta reflexión, ni tampoco a negar nuestras notables fracturas históricas.
Por eso he vuelto al notable mensaje que, en 1822, en los albores de nuestra vida libre, le envía el Congreso a los indígenas del Perú, y que es prueba fehaciente de que la clase política e intelectual de entonces era consciente de que en el Perú, fundada la república, quedaba por hacer lo más difícil, forjar una nación allí donde nunca existió. No se trata, al mediodía del año 2023, de forjar una nación en clave decimonónica, unívoca, unicultural y homogénea, sino de otra pluricultural e inclusiva, pero con los elementos suficientes para que todos y todas nos sintamos parte del mismo propósito, de la misma aspiración. Por ello, afirmamos que la crisis de nuestra república se explica en la falta de cohesión social y esta, a su vez, en la inexistencia de un proyecto con el cual podamos identificarnos luego de convertir nuestras diferencias en variables que, en lugar de separarnos, nos enriquezcan y se conviertan en la fuerza proactiva que impulsa el desarrollo común.
Hay aspectos, de esta reflexión, que prefiero dejárselos a los políticos. Para comenzar, buscarle una respuesta a la pregunta ¿qué tendría que hacer el Estado para crear dicha cohesión social? Esta debe girar alrededor de la igualdad de oportunidades y, al mismo tiempo, de una narrativa que nos haga ver y tratarnos como iguales dentro de un enfoque pluricultural.
Al conmemorarse los 202 años de la Independencia del Perú, hacemos nuestras las palabras que el 1ero de marzo de 1822, difundió el prócer José Faustino Sánchez Carrión en El Correo Mercantil:
«Yo quisiera que el Gobierno del Perú fuese una misma cosa que la sociedad peruana, así como un vaso esférico es lo mismo que un vaso con figura esférica … «–

Historiador Daniel Parodi Revoredo, Docente del Departamento de Humanidades, Pontificia Universidad Católica del Perú. E-mail parodi.da@pucp.edu.pe Teléfono:948 274 297
Fuente: Revista Faro N° 121 junio-julio 2023
