El día después de que al presidente Xi Jinping se le concediera un tercer mandato como jefe del Partido Comunista el 23 de octubre, los medios estatales no tuvieron más que elogios para él. China se estaba embarcando en un “nuevo viaje”, decían los periódicos, uno “lleno de gloria y sueños”. Por desgracia, el viaje ha tenido un comienzo difícil. El 24 de octubre, los mercados financieros mundiales estaban llenos de preocupación y decepción. Los inversores extranjeros se deshicieron de las acciones de China y su moneda.
La nueva coronación de Xi al final del congreso quinquenal del partido no fue una sorpresa. Lo que sorprendió a los inversores fueron los hombres que lo rodeaban en el nuevo equipo de liderazgo (no había mujeres). Ha llenado el Politburó y su poderoso Comité Permanente de siete miembros con apparatchiks cuya calificación principal no es su experiencia, sino su lealtad. Antes del congreso hubo pocos controles sobre los instintos económicos dirigistas de Xi o sus impulsos autoritarios. Ahora no hay casi ninguno. Los inversores tienen razón en estar preocupados.