Putin: libro sobre ‘cómo acaban las dictaduras’ causa interés masivo en los lectores rusos

Por: Alexander Baunov

Esto es un poco embarazoso.

Normalmente, escribo sobre varios aspectos de la política rusa, como las bases del apoyo a Vladimir Putin, la estrategia mediática del Kremlin y la política exterior rusa. En esta ocasión, para mi sorpresa, escribo acerca de otra cosa: sobre mi propio libro.

Después de un trabajo de tres años, el libro salió a la venta a finales de enero y se convirtió enseguida en un éxito de ventas en toda Rusia. La primera edición se agotó casi enseguida y desde entonces ha habido tres reimpresiones más. Aunque no muchos de los periodistas y medios que quedan en el país se han atrevido a escribir sobre él, ha suscitado una gran atención en las redes sociales y una amplia serie de reseñas en publicaciones en lengua rusa en el extranjero. Objetivamente —aunque resulte incómodo decirlo—, el libro se ha convertido en algo así como un fenómeno.

Sin embargo, el libro, titulado The End of the Regime: How Three European Dictatorships Ended, no trata ni sobre Rusia ni sobre Vladimir Putin. Trata sobre tres dictaduras —la de Francisco Franco en España, la de António de Oliveira Salazar en Portugal y la de los Coroneles en Grecia— y sobre cómo esos países se convirtieron en democracias y se reintegraron en la comunidad internacional. No es que un gran número de rusos se haya interesado de repente por la historia del sur de Europa en el siglo XX. Más bien, las conversaciones sobre el libro giran en torno a algunos temas comunes: ¿cómo acaban las dictaduras de derecha que se han prolongado por mucho tiempo? Y ¿puede Rusia convertirse en una democracia?

Como cabía esperar, los grupos de la oposición y los que piden el final de la guerra están hablando mucho del libro. Más sorprendente es que lo esté leyendo también la nomenklatura rusa: aquellos que están en la cúspide del Estado ruso. Parece que el libro se ha convertido en la excusa para hablar de temas tabú, como la transición política, la salud y la muerte del gobernante, la derrota en una guerra colonial, el fin del aislamiento y, de hecho, el fin del régimen.

En otros tiempos, era posible traer a colación esos temas, aunque con delicadeza. En cambio, tras la invasión rusa a Ucrania y la represión de la disidencia por parte del Kremlin, el espacio para mantener un debate sincero se ha cerrado. Por ejemplo, el Carnegie Moscow Center, donde estuve trabajando y donde pude conversar con miembros de la clase dirigente, fue clausurado por las autoridades la primavera pasada. La mayor parte de sus investigadores se han marchado del país y ahora están creando otro centro de pensamiento en Berlín.

Los que permanecen en Rusia han perdido la oportunidad de participar en un diálogo abierto sobre el futuro del país. Sin embargo, el extraordinario nivel de interés por el libro demuestra que, a pesar de la ficción sobre el consenso que la propaganda estatal ha intentado reforzar, los rusos no han dejado de preguntar qué vendrá después. Dado el enfoque del libro, parece que los lectores no están pensando en la continuación del régimen —como desearían las autoridades—, sino en cómo podría acabar.

Para muchos, el simple acto de comprar el libro es una declaración política, y numerosas librerías lo utilizan para señalar discretamente su postura. Una gran tienda cercana a la tristemente famosa Lubianka, sede central del Servicio Federal de Seguridad (y anteriormente del KGB), colocó ejemplares de The End of the Regime justo al lado de una hagiografía dedicada al dirigente ruso, cuyo título se traduce como El camino de Putin, y de un libro sobre Stalin. La indirecta estaba clara.

A diferencia de muchos autores de las épocas soviética y zarista, que —privados de la oportunidad de hablar de su país y su futuro de forma directa— enmascararon esos debates centrándose en otros pueblos y periodos, yo no me había propuesto el objetivo de escribir una obra sobre Putin: este no es un libro sobre Rusia disfrazado de libro sobre España, Portugal y Grecia. Sin embargo, también a diferencia de numerosas obras occidentales sobre temas similares, el libro está escrito por un habitante de una autocracia para otros habitantes de una autocracia. Esto vincula al autor y a sus lectores con una visión especial, casi conspirativa, del tema.

Y lo que es más importante: el libro les da a los lectores una perspectiva nueva, más ajustada a la realidad, del país en el que viven. Los lectores rusos informados, y los de todo el mundo, son conscientes de que las analogías con el colapso de la Alemania nazi o de la Unión Soviética son engañosas. Es difícil imaginar que una potencia nuclear como Rusia pueda sufrir una derrota parecida a la de Alemania. Asimismo, la caída del régimen soviético se produjo, ante todo, por su esclerótico sistema económico, que dejó a la población tras la Cortina de Hierro sin alimentos ni bienes de consumo.

Aunque esté librando una guerra, la Rusia de Putin sigue siendo una economía de mercado y una sociedad consumista que aún no ha cerrado sus fronteras. Eso la asemeja más a las dictaduras descritas en el libro. También esas dictaduras mantuvieron abiertas sus fronteras y mantuvieron la propiedad privada, al tiempo que dividían a los ciudadanos entre patriotas y enemigos, reprimían a la oposición, tachaban a Occidente de corrupto y promovían vías especiales para sus países.

Los lectores rusos han podido encontrar muchos paralelismos en este libro. En cómo la dictadura griega, por ejemplo, se derrumbó tras el intento de anexionar Chipre, que consideraba una parte histórica del país. O en cómo el régimen portugués cedió como consecuencia de una guerra imperialista y colonial que se prolongó durante años. O en cómo Salazar, aquejado de problemas de salud, fue apartado del poder pero siguió creyendo que aún gobernaba el país (para mantener esa ilusión, se publicó un periódico especial solo para él). Y luego está la historia de cómo en España la idea de la transición a la democracia fue prevaleciendo poco a poco, y de cómo fue propiciada por la propia clase dirigente.

Como era de esperarse, el libro ha enfurecido a algunos propagandistas afines al Kremlin. Las operadoras de las redes de telefonía móvil bloquearon la campaña de mensajes de texto promocionales de una librería: una clara señal de que el libro se considera peligroso. Sin embargo, las autoridades no tienen ninguna forma legal de prohibirlo. Y, en cualquier caso, si se lleva a juicio un libro que se centra en la transición de una dictadura conservadora o fascista a la democracia, se corre el riesgo de parecer que se está excesivamente a la defensiva.

En un capítulo, escribo que la energía política, como cualquier otro tipo de energía, no desaparece simplemente: solo adopta otras formas distintas. El interés de los rusos por The End of the Regime es, al parecer, un buen ejemplo de cómo esa energía encuentra su salida.

Fuente: The New York Times

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