Por Fernando Ignacio Carbone Campoverde
Mi suegro era austriaco; vivió situaciones muy difíciles en Europa, entre los años 30s y 40s. Huyo constantemente, uso nombres falsos, fue detenido y estuvo en trance de ser fusilado (fue uno de los dos sobrevivientes de una ejecución de 100 civiles italianos, en Roma), y terminó en un campo de concentración, del cual salió pesando (media más de 1.80 y pesaba 90 kilos) 45 kilos. Comprensiblemente, no hablaba del tema.
Hace 30 años, conversando sobre ello, me sugirió leer “El Eclipse De La Razón”[1]. El autor analiza cómo los nazis proyectaron su agenda como «razonable», mediante un aparato de propaganda (usando los medios), convenciendo a un pueblo alemán culto, educado y desarrollado, para asumir las leyes raciales de Núremberg y apoyar una guerra que causo la muerte de 60 millones de personas, la mitad de ellas asesinadas por imperfectos, deficientes, inferiores, subnormales, subhumanos e indeseables (“carga inútil” para la sociedad). Terminada la guerra, responsables políticos, funcionarios públicos, empresarios, ejecutores de atrocidades y el pueblo cómplice pasivo del holocausto, repetían las mismas justificaciones: “no sabíamos”; “yo no hice nada”; “era mi trabajo”, “solo seguía órdenes”; “no pensé que esto pasaría”, “que podía hacer”, entre otras respuestas falaces. Detrás de ellas había indiferencia, miedo y, en algunos casos, una callada empatía con las ideas propuestas.
El libro relata que también hubo quienes, en función a sus principios y valores éticos, morales y deontológicos, y a sus creencias, se opusieron y denunciaron los hechos; fueron vilipendiados, calumniados, perseguidos por el Estado, juzgados, condenados, detenidos o excluidos de la vida laboral y social del país; los escarmentaron a modo de ejemplo y los convirtieron en parias.
En la historia, hay hechos similares: el apartheid y la discriminación racial se apoyaron en leyes de exclusión xenofóbica; la esclavitud se apoyó en leyes discriminatorias. Lo legal no es a veces sinónimo de lo correcto, lo bueno o lo justo. Las leyes son expresión temporal (para bien o para mal) del ejercicio del poder. En cambio, los principios y valores éticos, morales y deontológicos, subyacen y trascienden en el tiempo.
Por ejemplo, el “Primun Non Nocere” (Primero no hacer daño), sigue siendo un mandato imperativo de todo profesional de salud, para cuidar a las personas sin discriminación alguna, en especial a las más débiles y vulnerables. La pasión es importante, para defender desde los principios y valores éticos, morales y deontológicos, los derechos humanos de todos; y deben iluminar con serenidad, el abordaje lógico desde la ciencia y el conocimiento, desde la razón y la inteligencia, temas fundamentales como la vida y la salud. Quien no procede así y luego se excusa en la ley, el Estado o un mandato institucional, termina siendo alguien poco confiable.
Abordar estos temas a fondo, es incómodo y difícil. Habrá quien solo lo haga desde lo visible y tangible; como si el delito sobre una víctima no visible, no fuera tal; invisibilizar algo, es una forma de abuso frecuente. Otra posición, es no tomar posición: dejar hacer, dejar pasar; dar la espalda a la responsabilidad. Finalmente, esta quien, ante la falta de argumentos lógicos y sólidos para justificar su parecer, opta por “bueno, eso es lo que otros piensan; yo pienso de otra forma y punto”. Estas actitudes no favorecen, ni defienden a los más débiles; no abordan el problema de fondo, lo dejan discurrir hasta que las circunstancias se imponen; y no curan las heridas personales o sociales, acumulan cicatrices en el tiempo.
Recuerdo aún la frase con la que termino la conversación con mi suegro; ensimismado en sus recuerdos dijo: “parece que no hemos aprendido de la historia”.
[1] Max Horkheimer, Max. El Eclipse De La Razón. 1947.
