Por: Fernando de la Flor Arbulú
Cantinflas fue un celebrado cómico mexicano que alegró buena parte del siglo XX. Su característica principal, expuesta en todas sus películas y presentaciones, fue hablar mucho sin decir nada: palabrería sin sentido, con mucha gracia. En nuestro tiempo ha surgido una nueva versión de ese entrañable humorista: se trata de Andrés Manuel López Obrador, más conocido como AMLO, actual presidente de México, quien es una contradicción en sí mismo. Habla mucho, sin gracia e incoherentemente. Veamos.
AMLO se ha quejado públicamente porque algunos funcionarios del gobierno norteamericano han manifestado su preocupación sobre algunas decisiones de su gobierno, relacionadas con normas electorales. No es que el presidente Biden o el Secretario de Estado estadounidense, Anthony Blinken, hayan declarado algo; no, son portavoces de algunas entidades oficiales. Entonces, AMLO levanta su voz de protesta, siempre cansada y monótona, invocando el principio de no intervención en los asuntos internos de otro país, la históricamente gran contribución que México hizo a la política internacional.
Sucede sin embargo que el mismo AMLO se olvida de ese principio, deliberada y maliciosamente, cuando se refiere al Perú. Son bastante conocidas sus altisonantes declaraciones acerca de los recientes acontecimientos políticos en nuestro país, cuyo actor protagónico es el tristemente recordado ex presidente Pedro Castillo. Sin ningún pudor y recurriendo al cantinflesco recurso de decir exactamente lo contrario de lo que ocurrió; o, dicho de otra manera, distorsionando los hechos para convertir en verdad la mentira, AMLO ha reiterado públicamente que el golpe de Estado en el Perú no fue intentado por Pedro Castillo sino ejecutado contra él por Dina Boluarte en contubernio con el Congreso.
Acabamos de ser testigos de las grabaciones previas al mensaje que Pedro Castillo dirigiera al país, anunciando su decisión de convertir al Perú en una dictadura para ser él un dictador. Sin tapujos, con toda elocuencia y en pleno control de la situación, Pedro Castillo lanzó su artero ataque (felizmente fallido) contra la democracia peruana.
No obstante esa flagrancia indiscutible, AMLO llama espurio al gobierno surgido de la sucesión prevista en la Constitución, e insiste en señalar que Castillo es el legítimo presidente, a quien debe liberársele y reponérsele en su cargo. Ha llegado al extremo de negarse a entregarle a Dina Boluarte la presidencia de la denominada Alianza del Pacifico (que conformamos con Chile, Colombia y México), que corresponde al Perú, porque la considera una mandataria usurpadora.
Cantinflas hablaba disparates porque era un cómico. AMLO lo hace siendo presidente de México, y lo que pretende es afirmar un liderazgo, aun a costa de desfigurar los hechos, para presentar como cierto lo que es falso. El reconocido historiador mexicano, Enrique Krause, ha elaborado una explicación basada en la visión mesiánica del líder populista. Sostiene que AMLO, al igual que otros personajes del mismo perfil en el mundo, creen que su elección popular deriva de un mandato cuasi divino, de un encargo del cual no se les puede despojar. Por eso es que hay un Cantinflas de nuestro tiempo.